Mei (4 años) y Satsuki (10 años) son dos hermanas que se mudan con su padre a vivir a una cabaña en el campo. Un día, por casualidad, la más pequeña descubre la existencia de los totoros: espíritus guardianes del bosque que sólo los niños de corazón puro son capaces de ver. Junto a estas entrañables criaturas y otras presencias mágicas como el gatobús, Mei y su hermana descubrirán el verdadero valor de la amistad, el amor y la familia en una maravillosa e inolvidable aventura que les llevará más allá de su imaginación.

Obra cumbre de los estudios Ghibli, Mi vecino Totoro (1988) representa una de esas grandes historias eternas capaz de mantener intacto todo su poder de seducción y toda su frescura como si estuviera recién realizada. A partir de un pretexto mínimo, con ciertos ecos autobiográficos, Miyazaki describe con amor y pasión las aventuras de dos pequeñas hermanas que en compañía de su padre se trasladan a vivir al campo cerca del hospital donde reposa su madre convaleciente de una enfermedad pulmonar. La vida cotidiana se impregna de la magia de la naturaleza y de la fantasía de una mirada infantil capaz de convocar a su alrededor uno de los más bellos universos que ha creado el cine. La presencia de un gigantesco e indefinible vecino de poderes increíbles y de pose distante, sacude la imaginación del espectador sea cuál sea su edad, género y condición. Totoro resulta fascinante porque sus personajes, especialmente las dos hermanas protagonistas, rezuman verdad, sencillez y vitalidad gracias a la genial capacidad de Miyazaki para provocar emoción, utilizando su impagable talento para captar la vida con un simple trazo.